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Resiliencia, una virtud indispensable

La resiliencia se define como la capacidad de los seres humanos para adaptarse positivamente a las situaciones adversas. Ser resiliente significa ser capaz de sobreponerse a los golpes duros que suele dar la vida. Las personas resilientes se caracterizan por no tirar la toalla, por no quebrarse. La resiliencia suele simbolizarse con la metáfora (bastante trillada, por cierto 😊): “Resurgir de las cenizas como el ave fénix”. La palabra “resiliencia” tiene una historia bastante interesante que veremos a continuación.

“Resiliencia” viene del latín, del verbo resilio o resilire que significa saltar hacia atrás, rebotar, volver al punto de partida, volver al estado original. Antes de aplicarse a las personas, la palabra se aplicaba y se aplica a las ciencias duras; específicamente a la física, química y la ecología. Entre los ingenieros se habla de resiliencia para expresar el regreso de un material a su estado natural, y para explicar la resistencia de los materiales que se doblan sin romperse recuperando la forma original. En el ámbito de la ecología se usa para indicar la capacidad de un ecosistema para su regeneración. Por ejemplo, un bosque arrasado por un incendio tiene una cierta capacidad para regresar a su estado inicial. Funciona como un organismo viviente y resiliente.

La primera vez que se usó este término en un campo distinto del de la ciencias duras, fue entre los años 60 y 70 en Hawai, cuando la investigadora americana Emmy Werner realizó un estudio en niños de familias marginales de una de las zonas más pobres de la isla. Esos niños habían crecido en situaciones terribles de pobreza, enfermedades mentales, alcoholismo y violencia. El estudio concluyó que dos tercios del total de esos chicos había caído en las drogas y en la delincuencia pero, sorprendentemente, hubo un tercio que no ¿La razón? La investigadora llegó a la conclusión de que esos niños y sus familias tenían una serie de características que los hacían más fuertes ante las circunstancias adversas que debían enfrentar. A partir de ahí se estudiaron otros niños (de madres esquizofrénicas, por ejemplo) y se llegó a la misma conclusión; es decir que había personas que poseían una serie de mecanismos protectores especiales que les ayudaban a soportar y superar las adversidades.

A esos chicos más resistentes, más fuertes, se los denominó “resilientes” y se los consideraba “niños invulnerables o invencibles”. Muchos creían que eran más inteligentes que el resto o que habían sido favorecidos por la genética, pero esas apreciaciones resultaron ser erróneas. Con el tiempo se comprobó que los chicos resilientes no eran súper humanos con capacidades extraordinarias. Eran chicos normales que tenían una cosa en común: Todos contaban con una o más personas de confianza. Podía ser familiar o no, pero lo importante era que esa/s persona/s los aceptaba sin condiciones y les brindaba soporte emocional cuando lo necesitaban independientemente de sus características físicas, inteligencia o temperamento. En este sentido, la investigadora Emmy Werner concluyó que la influencia más positiva para ellos era la relación cariñosa y estrecha con el adulto que los contenía. En síntesis, el estudio demostró que la aceptación sin condiciones y el apoyo emocional son factores esenciales para construir una personalidad resiliente.

Veamos ahora algunos beneficios concretos que otorga la resiliencia:

Quienes son resilientes aprenden más rápido y obtienen mejores resultados académicos.

La resiliencia está relacionada con bajo ausentismo laboral y escolar debido a enfermedades.

La resiliencia contribuye a reducir los comportamientos de riesgo, incluido el consumo excesivo de alcohol, el tabaquismo y el uso de drogas.

Las personas con mayor resiliencia tienden a estar más involucradas en las actividades comunitarias y/o familiares.

El hecho de ser resiliente está relacionado con una menor tasa de mortalidad y una vida más saludable. Un estudio reciente sugiere que contribuye a generar resultados positivos en la salud. Gracias a la resiliencia se experimenta, por ejemplo, una mayor cantidad de emociones positivas y se regulan mejor las emociones negativas, se reducen los síntomas depresivos y se logra un mejor manejo de los factores que generan estrés. Se mejora la calidad de vida en adultos mayores debido a que sienten una mayor sensación de bienestar a pesar de los desafíos relacionados con la edad.

Es importante entender que las personas resilientes no eliminan el estrés ni niegan las dificultades de la vida. Es decir, no tratan de ver la vida de color rosa. Entienden que las cosas pasan y que a veces la vida es dura y dolorosa. Experimentan el dolor emocional o físico y la sensación de pérdida que surge después de una tragedia, pero su actitud mental les permite superar esos sentimientos y recuperarse.


Algunas técnicas para desarrollar la resiliencia


La capacidad de resiliencia se puede mejorar aplicando las siguientes técnicas:

Evitar la preocupación pasiva. En lugar de preocuparte todo el tiempo, comenzá a evaluar medidas para resolver problemas. Concentrate en aquellos aspectos de la situación que están bajo tu control. Aceptá y enfrentá los desafíos. Visualizá la imagen de vos mismo como un luchador en lugar de víctima.

Aprender a manejar la emociones. Para potenciar la resiliencia hay que aprender a identificar, aceptar y gestionar las emociones. En este proceso juega un papel clave la interpretación o valoración que nosotros mismos hacemos de las situaciones que vivimos. Es importante tener en claro que no son las situaciones en sí mismas las que definen las emociones, sino la valoración personal que hacemos de cada situación. A menudo no podemos modificar las situaciones, pero sí podemos aprender a modificar la forma en que reaccionamos. Eso es exactamente lo que hacen las personas resilientes.

Soltar el pasado y enfocarse en el presente. No hay manera de cambiar lo que ocurrió, y quedarte analizándolo es destructivo, te impide disfrutar del presente y obstaculiza los planes a futuro. Las personas resilientes no se quedan pensando en lo que pudo pasar, en las oportunidades perdidas y en las decisiones que se pudieron haber tomado de manera distinta. Se enfocan en el futuro, en lo que pueden cambiar, mejorar y en las acciones que tendrán un mayor impacto en su vida.

Tener una visión de largo plazo. Quienes son resilientes interpretan sus objetivos como una carrera de kilómetros, y no de metros. Por esa razón, están dispuesto a tolerar un poco de dolor en el corto plazo para obtener verdaderas ganancias en el largo. Por lo general, las personas con una mentalidad débil suelen ser impacientes, sobreestiman sus habilidades y creen que las grandes cosas se pueden lograr en poco tiempo. Es por esto que es importante que trabajes en tus objetivos de largo plazo, que creas que los sueños se hacen realidad, que reconozcas que vendrán los fracasos y que midas objetivamente tus progresos.

Crear desafíos. Las personas resilientes se desafían a sí mismas. La única manera de mejorar tu vida es creando desafíos, midiendo los avances, corrigiendo y alcanzando las metas. Algunos dirán que no es tan sencillo y tendrán un repertorio de excusas a la mano para justificar su miedo. A diferencia de estos, las personas resilientes no aceptan excusas; uno de sus hábitos saludables es tener desafíos que deben cumplir. Por ejemplo, cada día en la mañana establecen un «pequeño objetivo» que deben completar ese día.

El cambio es lo único seguro en la vida, y las personas resilientes tienen esto muy claro. Cuando tienes fortaleza mental comprendes que, si bien los cambios pueden ser incómodos y hasta dolorosos, estos forman parte de la vida. La resiliencia implica adaptarte a estos cambios, reconocer que nada es estático y que evitarlos, es evitar el futuro. Se trata de vencer tus miedos y aceptar la incertidumbre en tu vida.

Para cerrar, una reflexión de Viktor Frankl: “Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el reto de cambiarnos a nosotros mismos”.

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